martes, 6 de julio de 2010

Musa, llanto y vida

Secó la lluvia el inmenso río,
en julio, mes glorioso y bendito.

Trajo consigo los negros hilos de la tierra
que adornaron brillantes, el cielo blanco lleno de lunas negras.

Uno a uno posaron su regalo,
de fértil abono, los años.

Uno a uno, aquel diez y seis,
crecieron fuertes los robles, inocentes.

Sed de agua y guerras,
invitó el invierno, oscuros soles de madera.

Sus pasos inmensos marcaron con fuego la libertad,
y la guiaron insomne hacia el arrozal.

Ahí le dieron de comer ilusiones,
y alimentó aquellos sueños más nobles.

Ansiedades de vino tinto y cerveza,
un tomate, un lápiz y una grieta.

No sería la ruta correcta para la vida,
si para la inquietud misma.

Dos y cuatro dejaron de significar lo mismo,
trece cantos sentenciaron su destino.

Nación llena de determinación,
oculta la sensualidad de tu gente sin restricción.

Ni los montes ni los valles son,
lo que a la vista el ciego encontró.

Luz de noche, en las calles,
sombras oscuras, viste de traje.

¿Un paso adelante, o dos atrás?
cielo e infierno, en el mismo lugar.

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